Las instituciones de educación superior (IES) juegan un papel relevante dentro de la sociedad, ya que, por medio de sus funciones sustantivas de educación, investigación y proyección, buscan responder a las necesidades de su entorno e incidir en el desarrollo político, social, económico y cultural, mediante la formación de profesionales que aporten soluciones creativas a los retos actuales.
En las últimas tres décadas, la pertinencia y la calidad de educación superior son motivo de reflexión, por el impacto en el sistema educativo y la problemática que enfrenta: una extensa oferta académica que se brinda en ciertos países sin regulaciones y que en ocasiones no cumple con los elementos mínimos que garanticen el aprendizaje. Según Tünnerman, la percepción del deterioro de la calidad de la educación se identifica por un bajo nivel académico en los estudiantes, poca preparación de los docentes y el uso de métodos centrados en la transmisión de conocimientos y acumulación de información. A su vez Brunner señala que las IES ha sufrido una transformación sin precedentes, relacionada con su proliferación, un cuerpo docente con calidades distintas y el aumento de graduados con características heterogéneas.
La Unesco establece que la transformación de la educación superior, la mejora de su calidad y pertinencia y la resolución de sus dificultades exige la participación no solo de las IES y del gobierno, sino de todas las partes interesadas: estudiantes, familias, profesores, sectores público y privado, medios de comunicación y asociaciones profesionales, entre otras, exigiendo que las universidades asuman mayores responsabilidades con la sociedad. Para hacer posible una educación pertinente y de calidad, que brinde herramientas para la vida, se presentan los cinco rasgos de la Educación de la Compañía de Jesús, desarrollados por Kolvenbach, y Sosa, denominados las cinco “C”, que posibilitan que la aspiración última de los estudiantes sea convertirse en “hombres y mujeres para los demás”:
1. Competente: cuenta con una sólida formación académica que le permite profundizar críticamente en los avances de la ciencia y la tecnología, cuestionando la realidad para contribuir a transformarla.
2. Consciente: se conoce a sí mismo por su capacidad de interiorización y de desarrollo espiritual. A partir del discernimiento «busca modos de contribuir a generar nuevos hábitos personales, nuevas formas organizativas, buscando la plenitud para todos».
3. Compasivo: se involucra con el sufrimiento del prójimo, reconociendo su dignidad humana y el valor que posee como persona. Lo que lo conduce a la búsqueda de la justicia a nivel personal y profesional.
4. Comprometido: prioriza el compromiso con la justicia social y la ecología integral mediante el aporte de conocimientos y acciones en favor de las personas, y sus comunidades.
5. Coherente: actúa de forma lógica y consecuente con sus ideas, principios y valores, mostrando consistencia entre lo que piensa, expresa y hace.
En conclusión, las cinco “C”, los valores y principios éticos, las habilidades blandas y tecnológicas, el autoaprendizaje, el fomento de la creatividad y el pensamiento crítico permitirán a los estudiantes aplicar lo que apre
nden, para enfrentar los desafíos de la vida efectivamente. La educación que es útil para la vida debe enfocarse en una enseñanza contextualizada, adaptada a las necesidades del siglo XXI, que forme a los estudiantes para un mundo cada vez más cambiante y complejo, para que tengan éxito en el ámbito laboral y contribuyan significativamente a la transformación de la sociedad.
Fuente: Martha Pérez De Chen / prensalibre.com